Utopia La Mia | Mavecure - Una experiencia única
De mi día con Tomás Córdoba hay unas palabras que desde entonces han retumbado en mi cabeza. Estábamos hablando de la tierra, de la subsistencia y del paraíso en el que habitaba. En medio de ello me dijo “Dicen que el indio es flojo porque no trabaja la tierra, pero eso no es verdad. Protegemos el bosque. Tumbamos lo que se necesita. Yo para qué voy a tumbar 15 Hectáreas  si las manos no me dan para trabajarla. Tengo 2 manos. Yo solo trabajo lo que necesito para mi y para mi familia”. Y tiene toda la razón.
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Mavecure – Una experiencia única

La noche anterior me había dormido a las 2am. Había cosas pendientes en la oficina y entre arreglar, empacar, procrastinar y demás, me cogió la noche.

Me levanté energizada, llena de emoción y curiosidad y me hice pancakes de desayuno. Grave error, terminé saliendo una vez más tarde para el aeropuerto, incumpliendo de nuevo la promesa que me había hecho ese 1ro de enero, “no volver a llegar tarde a ningún vuelo”. Ya íbamos en Octubre.

Alcancé el vuelo. Una vez en el avión de Satena, mientras esperábamos el retraso de 1 hora y oía en la emisora del avión el último reggeaton del momento, empecé a hablar con Néider, mi vecino, de 16 años. Vive en Inírida pero su familia es de Girardot, Cundinamarca. Venía de Cali, al igual que otros 38 ocupantes del vuelo, de participar en una copa de fútbol jugando de lateral. Su sueño es ser futbolista o administrador de empresas y estudiar en la Universidad de Inírida que en 3 años de construida aún no ha recibido el primer estudiante.

Arrancó el vuelo y empezamos a recorrer los 600 km de selva tupida que separan a Puerto Inírida de Bogotá. La única forma de llegar es en avión o en lancha. Satena vuela diariamente, unos días desde Bogotá y otros desde Villavicencio. Para el viaje en lancha se toma la embarcación desde Santa Rita, Vichada o San José, Guaviare, ambas a una distancia de entre 3 y 4 días. Todo lo que se ve en Inírida ha llegado por río: cemento, electrodomésticos, motos, carros, menos los alimentos perecederos que van en avión y hacen que una lechuga batavia cueste hasta 3 veces lo que en Bogotá y que comer helado no casero sea una osadía. Todo, todo va por río. Eso me sorprendió. Se puede llegar a Venezuela por lancha en 40 min., hasta San Antonio de Hatabapo. También se llega a Brasil en 2 días en lancha y tractor.

La carretera más larga tiene 12 kilómetros. Sí. Si usted un día amanece con ganas de largarse y coger su motorraton sólo puede llegar hasta 12km. No hay más.

Esta incomunicación y dificultad de acceso con respecto al resto del país es lo que permitió que a Inírida nunca se la tomara la guerrilla, contrario a sus capitales cercanas como Mitú o San José del Guaviare. Es una ciudad tranquila y segura. El clima promedio es de 33 grados y una humedad sabrosa, como me gusta a mi.

Luego de 1 hora de vuelo aterrizamos en una ciudad con un cielo inimaginable. Me despedí de Néider y abordé el motorraton hacia el hotel Toninas donde me esperaba Mauricio, su dueño, un hombre que conoce bien la ciudad y el departamento y ha intentado a través del turismo vincular a las comunidades a otros medios de sustento.

Después de tomar el almuerzo me fui para el resguardo indígena Sabanitas a 20 minutos en moto del centro de Inírida. Allí me recibieron muy uniformadas Zenaida, Mercedes y Aura María. Esta comunidad está conformada por dos familias de las etnias Puinave y Curripaco. Su apellido, Yavinape.

Estuve con ellas tres toda la tarde. Hablamos, me contaron su forma de vida, el cultivo de la yuca brava, su sistema etnoeducativo y la transformación turística que quieren hacer de la pesca artesanal, labor de paciencia y mal remunerada. Cerramos la tarde con una tajada de la piña más jugosa que me he comido, y tres guamas recién bajadas del árbol.

De Sabanitas fui a ver mi primer atardecer sobre el puerto fluvial de Inírida y a descansar.

Al otro día a las 8am estaba lista. Salía en lancha para Laguna Negra con mi mejor amigo del viaje, Tomás Córdoba, perteneciente a la etnia Puinave y proveniente del resguardo Bachaco-Buenavista, reconocido en 1985, a 6 horas de Inírida en lancha y de “solamente” 73mil hectáreas, como dice Tomás.

Tomás es fuente de sabiduría. Fueron horas emocionantes y alegres las que pasé con él, en una pequeña balsa de nombre “El Andador” con silla rimax para mi sola cual princesa Inírida, remando Río Inírida abajo hasta llegar a la desembocadura en el Río Guaviare y seguir el camino hasta Laguna Negra, un remanso de aguas color azabache donde solo se respira paz y tranquilidad.

Tomás me contaba anécdotas y leyendas, mientras yo cantaba y lo entrevistaba. Me hizo entender más su vida rica y sencilla. Yo boleaba mano a cuanto bote o paisano veía bañándose en el Río cuando Tomás me dijo que había mucho analfabetismo en las comunidades y que los paisanos no entendían que bolear mano era saludarlos… O_o … Sólo hasta 1960 con la fiebre del caucho las comunidades de Guainía fueron censadas. La Registraduría llegó, les calculó la edad a ojo y puso a todo el mundo a nacer el 31 de diciembre.

De mi día con Tomás Córdoba hay unas palabras que desde entonces han retumbado en mi cabeza. Estábamos hablando de la tierra, de la subsistencia y del paraíso en el que habitaba. En medio de ello me dijo “Dicen que el indio es flojo porque no trabaja la tierra, pero eso no es verdad. Protegemos el bosque. Tumbamos lo que se necesita. Yo para qué voy a tumbar 15 Hectáreas  si las manos no me dan para trabajarla. Tengo 2 manos. Yo solo trabajo lo que necesito para mi y para mi familia”. Y tiene toda la razón.

Feliz regresé al hotel a encontrarme con los compañeros que me acompañarían el sábado a mi aventura soñada: Los Cerros de Mavecure.

Los Cerros quedan Río Inírida arriba a 50 kilómetros de Inírida. Son 3: Mavicure con 170m de alto, Pajarito con 712m de alto y Mono con 480m de alto. Verlos por primera vez fue indescriptible. Enormes, imponentes en medio de la inmensa llanura de paisaje de Orinoquía como queriéndonos decir “aquí estamos”.

El primero que subimos fue Mavicure. Una subida escarpada sobre roca lisa, a 33 grados centígrados y humedad a tope. En la cima pudimos apreciar la Orinoquía. El sol ardía, todos callábamos. Se sentía paz y una magnificencia incomparable. Descendimos y vimos el atardecer en la base del ascenso, en medio de los 3 cerros.

Esa noche dormimos en la comunidad multiétnica de Venado donde Elvia nos preparó la comida típica de la región: Pescado moquiao, preparado a la brasa durante varias horas y con un poco de sabor cenizoso. El pescado iba acompañado de los consabidos carbohidratos de la región: papa, plátano y yuca brava. Palangana de arroz. Sudao de pollo. Bien colombiano todo. Después de ese potaje y un merecido baño de río, me aperé en mi hamaca y hasta el domingo jani.

El domingo ascendimos a Cerro Pajarito, aunque no hasta la cima, y tuvimos de nuevo uan vista sin igual. Regresamos a Inírida en lancha y salieron a nuestro encuentro las Toninas, animales similares al delfín rosado que vienen a jugar y a deleitar a los turistas. Llegando al puerto y no siendo suficientes los cerros, el río, la laguna y las toninas, pude apreciar sin duda uno de los atardeceres más lindos de mi vida, lleno de colores que se desvanecían lentamente en el firmamento hasta darle paso a mi última noche en este paraíso.

El lunes, último día antes de partir, visité de nuevo otras comunidades que cada vez me confirmaban el valor ancestral de nuestras culturas.

Antes de partir llegó al hotel Tomás vestido con su mejor pinta. Yo lo había citado porque durante nuestro recorrido me había dicho “Julianita yo chapuseo el Castellano y me defiendo con los turistas, pero si usted viera cuando vienen los europeos y gringos”, entonces prometí ayudarle. Llegó con hoja en mano para que le hiciera una lista de palabras básicas en Inglés con su escritura y pronunciación, que incluían “cuidado”, “use bloqueador”; “mire allá” y por supuesto “¿le gustó la yuca brava?”. Este último estuvo peludo de traducir. Tomás está decidido a volverse el mejor guía para avistamiento de aves y recorrido fluvial en Inírida.

Este viaje me confirmó lo lejos que estamos de valorar nuestro patrimonio de flora y fauna. Mientras nosotros lo ignoramos, universidades extranjeras envían aquí a sus estudiantes para desarrollar investigaciones y avanzar en descubrimientos que luego patentan y en Colombia subvaloramos.

Y así acabó este paseo inolvidable. Como siempre regreso cargada de anécdotas, personas auténticas en mi corazón y uno que otro accidente físico sin nada que lamentar, como es costumbre en mi torpeza motriz.

Nos seguimos leyendo Janis. CHAPA PELÁ.

Viaje realizado en Octubre de 2016.
Datos de guías, hospedaje y operadores disponibles escribiendo a info@utopialamia.com

6 Comments
  • A. Arbeláez
    Posted at 22:15h, 26 Junio Responder

    Tus historias me encantan, me transportan y me llevan a esos sitios que tu ¨Felicidad Violenta¨ ha recorrido. Necesitamos mas historias como estas, y menos amarillismo en nuestro país.

    • utopia
      Posted at 03:55h, 12 Julio Responder

      Gracias por tus palabras y por leer lo que publicamos. Colombia es un paraíso único que merece ser recorrido.

  • Sergio
    Posted at 17:18h, 08 Julio Responder

    Que bonita forma de describir tus aventuras ??❤️

    • utopia
      Posted at 03:53h, 12 Julio Responder

      Gracias por leernos! 🙂

  • Camila
    Posted at 04:14h, 24 Septiembre Responder

    Hola Juliana, desde que te conocí en RutaN hace ya varios años fuiste una gran fuente de inspiración para mí que en ese momento apenas pasaba por los 17 años, Me ha encantado leerte y te deseo las energías más bonitas en tus proyectos.

    Muchas gracias por contribuir tanto a este país.

    • utopia
      Posted at 20:50h, 26 Septiembre Responder

      Camila que mensaje tan hermoso. Gracias por esas palabras que me llegan al corazón. Contribuir al país no sería posible sin personas que como tú nos alienten y nos den voces de apoyo. Te esperamos en Moñitos para contribuir desde la base. Un abrazo.

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